Escultor
Pasaba muchas tardes con mi padre en el taller.
Mi padre era platero y se pasaba las horas martillando con unas manos fuertes y firmes con unos minúsculos cinceles brillantes. Martillazos sutiles, suaves, rítmicos, constantes, con la radio de fondo. Aquel metrónomo marcaba el ritmo de los días como un latido.
En el taller pude aprender, con mis hermanos mayores, la técnica del pan de oro, del esmalte a fuego, de los baños de plata y oro, la fundición de joyería, y el repujado de metales. Algunos procesos llegue a conocerlos casi completos, otros solo los vi hacer, pero muchas, muchas veces, durante algunos años, ayudando solo en las partes más sencillas, lijar, limpiar, pulir,…
Mi padre murió justo el año que empecé a estudiar Bellas Artes. Le dio tiempo a convencerme de que estudiara esta carrera y no biología que es lo que yo pretendía. Nunca se lo agradeceré bastante.
Durante la carrera, si bien me gustaba mucho la pintura, los hechos me decantaron hacia la escultura, y me formé en aquellos tiempos de la facultad en la que los procesos técnicos y formales, el taller, se valoraban más que las cuestiones conceptuales. En esta etapa universitaria no solo me formé académicamente sino que me formé políticamente, participando en las luchas universitarias y luego involucrándome en las luchas que vivía entonces nuestra sociedad: el antimilitarismo, la ecología, la lucha feminista y los movimientos de solidaridad.
Acabada la carrera me reencontré con antiguos compañeros de estudios que habían acabado en la Facultad de Valencia y en ellos encontré una fuente de información y unas ganas tremendas de hacer cosas nuevas. Con este impulso empecé por mi cuenta una nueva formación teórica que me abría nuevos horizontes de trabajo y me permitía combinar mi trabajo artístico con mis vocaciones políticas, y que definió una forma de hacer escultura, más alejada del taller y más cercana al arte conceptual y al poema visual.
En este tiempo, después de varios desempeños laborales, incluyendo ordenanza en la universidad, los compañeros del taller Bronzo me invitaron a formar parte de su proyecto, un taller colectivo de escultores y fundidores de bronce, en el que llevo desde el año 94 hasta hoy. En este taller he encontrado a magníficos compañeros de trabajo de los que he aprendido muchísimas cuestiones técnicas y de oficio y muchísimo sobre la escultura, tanto de los compañeros como de todos los escultores, arquitectos, diseñadores y artesanos con los que hemos trabajado. El trabajo para nuestra tienda y la preparación de las exposiciones para la sala de arte ha completado una experiencia que ha sido enormemente rica y placentera para mi.
Al entrar a trabajar con ellos, consciente de que el trabajo en el taller no dejaría hueco en el mismo para la continuidad de un proyecto personal, les planteé poder concentrar las horas de trabajo en la mañana, para poder organizar mi tiempo por las tardes y poder seguir realizando mis obras.
En mi casa he logrado, por fin, construirme un pequeño espacio donde realizar mis piezas, y he conseguido una dinámica de trabajo más o menos constante, rascando tiempo a lo que la familia requiere (y que doy gustosamente). En mi taller he conseguido recuperar las técnicas que aprendí con mi padre en el taller y algunas de sus herramientas originales me ayudan a dar forma a mis nuevas piezas.
En este proceso que vivo ahora de vuelta a mis orígenes, me reencuentro con placer con la técnica, con el oficio y con la artesanía, que nunca he dejado pues mi trabajo en Bronzo así lo requiere, pero que no se integraban de manera tan fluida en mis piezas personales. También recupero no solo las técnicas sino la iconografía con la que trabajaba mi padre, iconografía religiosa, de coronas, cruces, soles y aureolas que me marcaron emocionalmente desde muy niño y que aparecía de forma intermitente en alguna de mis obras anteriores.